Resiliencia en tiempos de COVID-19
- Mª Luisa Gallego
- 27 ago 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 11 nov 2020
En estos meses de coronavirus, el foco de atención se ha puesto en la resiliencia, como un afrontamiento eficaz a esta crisis del COVID-19 y las consecuencias derivadas del confinamiento. Comprender sus implicaciones a nivel psicológico y los mecanismos que permiten su aparición, se ha convertido en un tema muy actual.

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¿Qué es la resiliencia?
La resiliencia es un término que proviene de la Psicología Positiva, se refiere al proceso psicológico por el cual adquirimos la capacidad de resistir a las adversidades, la sensación de control sobre el curso de la propia vida y una visión más positiva y optimista de nuestra existencia. Es decir, nos permite desarrollarnos a pesar de vivir en un contexto desfavorecido o deprivado socialmente y/o a pesar de haber vivido condiciones muy duras durante una época muy concreta. Se trata de una de las fortalezas psicológicas que poseemos como seres humanos, la posibilidad de reinventarnos, de darnos una segunda oportunidad y de sentirnos cómodos nuevamente, a pesar de las circunstancias vividas. En definitiva de ser activos y tomar las riendas de nuestra vida.
No solo podemos interpretarlo en el contexto de un ambiente desfavorecido, la resiliencia también puede referirse a la adaptación a un ambiente cambiante como el que ahora nos atañe. Esto implica un proceso de interacción entre factores externos (el peligro real de contraer la enfermedad, adaptación al teletrabajo, pérdida de ingresos, inicio del curso escolar junto con una época de verdadera incertidumbre) e interno (capacidad de adaptación, ansiedad, trastornos psicológicos de base, optimismo, flexibilidad etc.).
Podemos hablar de dos componentes fundamentales dentro de este constructo psicológico:
Resiliencia de resistencia o cicatrización, la capacidad para defender la nuestra integridad bajo situaciones que nos generan un grado alto de estrés o presión.
Resiliencia de construcción nuevas conductas y hábitos positivos, que nos resultan útiles a pesar de estas circunstancias.
La resiliencia está muy relacionada con las habilidades de afrontamiento ya sean emocionales, interpersonales, sociales, académicas, laborales etc. Así mismo, también interacciona con el optimismo y alta autoestima, ya que en conjunto fomentan los sentimientos de autovalía y de seguridad personal favoreciendo la motivación, la toma de decisiones, la generación de objetivos plausibles y la perseverancia en la lucha por conseguirlos.
Tampoco podemos obviar la llamada personalidad resistente, la cual se compone de compromiso (implicación personal en las actividades que llevamos a cabo en diferentes áreas de nuestra vida), control (sentimiento influencia personal en los acontecimientos que uno experimenta en la vida) y desafío (creencia de que es el cambio y no la estabilidad una característica habitual, importante y necesaria en la vida). Estos atributos psicológicos, forman parte de las personas con una alta resiliencia que buscan su propio cambio de forma activa.
¿Podemos ser personas resilientes?
La resiliencia, no es del todo innata, es una capacidad que se puede aprender y que nos puede ayudar a ir superando dificultades en nuestro día a día, así como ayudarnos en las situaciones de estrés e incertidumbre como la que estamos viviendo. Indudablemente, desconocemos nuestra capacidad de aguante, adaptación y superación hasta que determinados sucesos nos ponen a prueba. Ahí es cuando aparece la resiliencia, es decir la capacidad de afrontar las situaciones, sobreponerse a ellas y salir fortalecido o fortalecida.
Las dificultades y retos, de una y otra forma, nos acompañan a lo largo de toda nuestra vida y está en nuestro poder tener una actitud abatimiento y victimismo o, por el contrario una actitud de lucha y crecimiento. Todos podemos ser personas frágiles o, podemos optar por aprender de lo sucedido e incrementar nuestro bienestar psicológico. La mayoría de personas evolucionamos dentro de la normalidad, buscando nuestro bienestar y nuestra autorrealización.
No nos confundamos, sentir miedo ante esta incertidumbre, sufrir, tener ganas de llorar para desahogar nuestra rabia o sentir que no podemos más no es un síntoma de debilidad. La verdadera debilidad es tomar una actitud negativa y depresiva a largo plazo. La felicidad no es permanente, no es un escalón en el que podemos refugiarnos y nadie nos moverá de ahí. La felicidad se construye.
Si optamos por ser resilientes y enfrentarnos a las situaciones de una forma más optimista, tendremos una motivación más intrínseca, podremos buscar objetivos a corto y medio plazo y ser constantes en su consecución. Tenderemos a ser capaces de buscar una forma de actuar de tal manera que esta situación nos beneficie. Podremos “dar la vuelta a la tortilla” como suele decir este dicho.

¿Cómo fomentar la resiliencia?
A continuación, os doy una serie de pautas psicológicas muy generales, pero que si se llevan a cabo pueden ser muy beneficiosas. Lo mejor es ir desarrollando pequeños cambios en nuestro día a día, de forma en que se convierta en un hábito para nosotros.
- Las crisis no son obstáculos insuperables ni permanentes. Esto es una realidad, antes o después los malos momentos acaban por finalizar. Analiza tus pensamientos catastrofistas y toma cierta distancia de ellos, los pensamientos no son la realidad, sino una interpretación que hacemos de esta y que podemos modificar.
- Comunícate con claridad: debido a la situación de alto estrés, no es infrecuente que se den conflictos intrafamiliares e interpersonales, ya sea entre parejas, familias, personas que conviven juntas, compañeros de trabajo o amigos. Trasmitir las necesidades tanto emocionales como físicas, de una forma clara, no ambigua, ayudará a mejorar la convivencia y el entendimiento.
- Busca apoyos sociales sólidos: El apoyo social es uno de los pilares fundamentales en la gestión del estrés, ya sea dentro de la familia o fuera de ella. Comunicarnos, aceptar la ayuda de los demás, así como servir de apoyo a las personas que nos importa, nos genera una sensación de bienestar y plenitud. En la actualidad lo tenemos más fácil que nunca a través de las redes sociales y los dispositivos electrónicos como el móvil o el ordenador. La distancia es física, no social ni emocional.
- Toma decisiones. Sí, es una buena época para tomar decisiones y convertirlo en una oportunidad de crecimiento, hacer planes realistas, buscar nuevos proyectos, cursos de formación, hobbies etc. Márcate pequeños objetivos a corto o medio plazo y busca actividades que te lleven a conseguirlos. Sé activo o activa, reflexiona sobre cosas puedes hacer para sentirte mejor y qué objetivos puedes lograr.
- Acepta que los días malos existen. No se trata de tener una sonrisa permanente en la cara. A veces tenemos días malos o muy malos. A veces nos sentimos tristes y abatidos ante la situación y necesitamos llorar o desconectar. Las emociones negativas deben ser igualmente validadas, la clave es que no se convierta en un círculo vicioso.
- Los cambios forman parte del ciclo vital. Todos estamos muy cómodos en nuestra famosa “zona de confort”, generalmente somos seres rutinarios, que nos acostumbramos a la comodidad y seguridad que nos aporta. Sin embargo, de toda situación negativa, podemos extraer un análisis, sacar nuestro beneficio particular y un aprendizaje nuevo que nos puede aportar una mayor flexibilidad en nuestra vida cotidiana. que podremos aprovechar en un futuro próximo.
- Descúbrete a ti mismo. Suena muy fácil de decir, pero las crisis también pueden proporcionarnos herramientas para fomentar nuestra autoestima, cambiar nuestra percepción de la vida simplificándola, hacer algo que siempre queríamos y poníamos escusas o centrarnos en cosas que antes no valorábamos de la misma forma, por ejemplo visitar a la familia a menudo, tomar algo en un bar, salir a pasear o practicar actividades al aire libre.
- Cuídate, eres la persona más importante que conoces. Generalmente, no nos priorizamos lo necesario o lo que nos merecemos y eso nos puede generar problemas de ansiedad, baja autoestima, sentimientos de ineficacia o mala gestión del tiempo. Para evitar esto, genera cambios que vayan a tu favor, haz ejercicio físico, come de forma saludable, fomenta tus hobbies, aprovecha para hacer actividades que te gusten y saca tiempo para ello y conviértelos en un hábito. Yo siempre recomiendo practicar relajación o mindfulness, ayuda a detener el flujo de pensamientos y centrarnos en las sensaciones del presente.
Como he dicho, se trata de crear un hábito llevando a la práctica estos consejos de forma gradual y con una visión a medio y largo plazo. ¡Te reto a seguirlos y a que me cuentes el resultado!.
Referencias Bibliográficas
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Otras fuentes:
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